¿O es que esas heridas y esas muertes dejan lugar para las dudas?
Durante la dictadura en… la que sea, pongan ustedes
sobre esos puntos suspensivos Chile, Argentina, Corea del Norte, España, etc.,
estaban (y están) permitidas las ejecuciones por el simple hecho de ser
opositor al régimen de gobierno, pero estaba (y está) prohibido en ellas llamar
asesinos
a los que redactaron y firmaron las órdenes de ejecución así como a
quienes las llevaron a cabo. Y quien dice ajusticiamiento (bajo su particular
justicia, ¿todas son aceptables por el mero hecho de poseer ese rango?), dice
tortura, con o sin resultado de muerte.
No existe violencia legal sin la correspondiente ley
que la ampare, es evidente, y no hay violentos legales sin sus propios
argumentos morales para justificarla. Mientras algo sea lícito en la norma
jurídica lo que menos importa a efectos de su realización es que lo sea o no
éticamente, pues a aquello que no se puede imponer por la razón se obliga por
la fuerza y esa fuerza puede denominarse, por supuesto, código penal, un
invento en el que, en función de lo que contemple, cabe tanto lo necesario como
lo aberrante. Y que es así lo demuestran sus continuas reformas, normalmente
(bueno, no lo sé, demasiadas excepciones a esa normalidad) a mejor, pero
también casi siempre tardías.
Si hay un principio maltratado en la justicia penal
es el de la prevención porque ésta suele llegar cuando las víctimas ya no caben
en las conciencias y existen algunas - conciencias, digo-, a menudo
pertenecientes a los redactores de ese ordenamiento, en las que hay espacio
para muchas, muchas víctimas, quizás por egoísmo, tal vez por cobardía, o puede
que sea porque no las engloban en esa categoría y ellos mismos saben que nunca
podrán estar incluidos entre ellas.
La tauromaquia es lícita jurídicamente, claro que
sí, con leyes que la protegen y dinero que la subvenciona, además de contar con
su correspondiente grupo de presión mediático para intentar obtener y mantener
el abrigo moral, todo eso lo sabemos, pero quiero establecer un paralelismo:
La dictadura franquista reintrodujo en el Código
Penal español el “principio de venganza de la sangre”, que se remonta al
Derecho gentilicio romano, y se mantuvo vigente en nuestro país hasta 1963.
Esta norma concedía al marido el derecho a matar a su esposa y al hombre que se
acostaba con ella en caso de adulterio, y lo mismo ocurría si se trataba de su
hija, sin embargo y durante su periodo de validez no estaba permitido matar,
por ejemplo, a la mujer de un amigo a la que se sorprendiese cometiendo infidelidad,
esto último en 1957 habría sido considerado un delito.
¿Varía el hecho?, ¿cambian el dolor y la vida
arrebatada en un caso o en el otro? No, ¿verdad?, pero la acción, legal o no,
seguía siendo igual de miserable, de cobarde, de repugnante y de criminal fuese
la asesinada la esposa de uno o la de otro. La ley, en ese caso, no penaba la
comisión de un daño irreparable sino la circunstancia, y sin embargo tan letal
desquite estaba bien visto entonces por muchos, puede que hasta por algunas, y
en su defensa se utilizaban palabras como honor, no sé si tradición, pero es
posible teniendo en cuenta a cuándo se remontaba el origen de esa facultad y
que códigos penales como el de 1870 también la recogieron.
Si yo atrapo a un novillo y, en compañía de tres amigos,
lo introducimos en un furgón, nos lo llevamos a un descampado y allí, entre
todos, durante media hora le vamos clavando objetos punzantes y practicando
cortes hasta que caiga exhausto y agonizante, y cuando conserva todavía un
aliento desesperado e inútil de vida le seccionamos de un tajo el rabo y las
orejas, los cuatro seremos procesados por una falta (sí, sólo falta, es muy
triste) de crueldad con animales en base al artículo 632.2 del Código Penal con
las agravantes que pudiesen concurrir.
Pero si yo me llamase José Tomás, Enrique Ponce, El
Juli, Morante, Juan José Padilla (añadan el nombre de cualquier matador), e
hiciese más o menos lo mismo a un toro una tarde de San Isidro en la Plaza de
Las Ventas en Madrid la crueldad pasaría a ser arte, el ensañamiento valor y la
vulneración de la ley se llamaría libertad, en definitiva, que no habría
delinquido sino participado en la Fiesta y sería aclamado como el garante de
una tradición. Un héroe, para unos cuantos.
Esto, ¿tiene sentido?, ¿es que hay por dónde
cogerlo?
Los taurinos se sienten cada vez más acorralados en
la defensa de su violencia, aun legal, menguantes en número de festejos,
subvenciones y seguidores. Eso les preocupa, y mucho, eso hace que se revuelvan
pero también se saben protegidos de momento por la ley y tal es su baza más
efectiva. A partir de ese amparo desvirtúan torticeramente lo que son y lo que
hacen ellos, y lo que somos y hacemos los partidarios de la abolición.
Lo denominan arte y a sí mismos artistas, y poco
importa que el arte no pueda traer consigo dolor y destrucción. Leon Tolstoi,
al plantearse la justificación social del arte, decía que siendo éste una forma
de comunicación social sólo puede ser válido si las emociones que transmite
pueden ser compartidas por todos los hombres, y hablaba de su contribución a la
fraternidad humana por implicar este valor, es decir, por trasladar emociones
que impulsen la unificación de los pueblos. ¿Unifica a los humanos la comisión
de la tortura?
No acusan de liberticidas cuando la libertad que
exigen la emplean en herir brutalmente y en matar, con lentitud, a un animal, a
un mamífero superior con un sistema nervioso central que le hace plenamente
capaz de sufrir física y psíquicamente como nosotros, los de nuestra especie. ¿Puede
caber todo en el ejercicio de la libertad?, ¿lo hacen también entonces las
peleas de perros o el arrojar vertidos contaminantes a un río? Ambas cosas eran
legales tiempo ha y hasta en las escuelas de industriales se recomendaba
instalar la fábrica cerca de un curso fluvial para ahorrar costes en el
traslado de los desechos tóxicos. Ya no lo son, hemos dicho que la ley va
cambiando pero, ¿cuántos perros y cuántas aguas tuvieron que morir hasta ese
momento?
Deporte tampoco puesto que este concepto entraña la
participación voluntaria de todos los actores y está claro que en el caso del
toro no se da esa voluntariedad. Y las muertes o lesiones humanas en su
desarrollo no pueden ser consideradas accidentes como ocurre en otras
actividades. Cierto es que hay personas que fallecen practicando motociclismo o
escalada pero aparte de lo que mencionaba antes: tienen potestad para elegir si
lo hacen o no, no son espectáculos basados, como este, en la violencia y la
muerte. El corredor de motos quiere ganar la carrera y los espectadores van a
verle pilotar, el alpinista desea alcanzar una cima o subir por una pared
vertical, en las corridas de toros el fin es la muerte del animal después de un
proceso en el que se infligen diversas heridas, todas ellas terribles, y los
aficionados que compran su entrada saben que van a ver eso, ¡quieren ver eso!,
y son conscientes también de que de vez en cuando serán testigos de una cogida,
mortal o no.
Y no parece que a algunos de ellos tal hecho les incomode
demasiado: en el twitter del cantautor José Manuel Soto, adalid de la
tauromaquia, se podía leer hace pocos días al hilo del fallecimiento del
matador Víctor Barrio: ”Esta muerte le
dará mucha vida al toreo, es la grandeza d la Fiesta, no hay mayor gloria q
morir en la arena”. Saquen sus propias conclusiones.
Sí, señoras y señores, en la lidia la última parte
de la corrida no se llama recta final hacia la meta sino tercio de muerte, y el
objeto que marca su término no es una bandera bajo la cual se pasa sino el
estoque de muerte, eso si lo matan “bien”, que a menudo hay que tirar del
descabello para que el toro quede tetrapléjico seccionando la médula espinal, o
de la puntilla (a veces utilizan las dos) que, a pesar de estar prohibida en
los mataderos desde 2006 por la Organización Mundial de la Salud Animal se
sigue usando en los ruedos, y aunque el cuchillo del puntillero persigue
destruir el centro nervioso que comunica la médula con el encéfalo estudios
veterinarios han demostrado que las respuestas cerebrales y espinales
estuvieron presentes en el 91% de los bóvidos tras ser apuntillados. Por
cierto, ¿saben cuándo se inventó el descabello?, pues fue después de una
corrida de Belmonte en la que salió disparado el estoque de muerte al intentar
el torero rematar al toro con él y se le clavó mortalmente a un espectador en
el pulmón. Ya ven, en la tauromaquia, todo, todo gira en torno a la muerte.
Estos días se mueve en Twitter y Facebook el hashtag
#TauromaquiaEsViolencia y es una gran verdad, por mucho que la ley la ampare
todavía, por mucho que el dinero público la subvencione y que el movimiento
taurino vaya de víctima por ciertos tweets, amenazando ya con denunciar incluso
a quien escriba que Talavante es feo. Hace nada me llegó a mí la advertencia de
que yo lo sería por escribir que la causa de la cogida del diestro Manuel
Terrón es la tauromaquia. Vale que ha habido mensajes en esa red social
repugnantes tras la muerte de Víctor Barrio, pero no todos por cuantos quieren
presentar demandas ni tampoco ellos, los taurinos, se quedan atrás en los
suyos. Yo tengo capturas de pantalla en las que me llaman desde hijo de puta o
cocainómano hasta donde me dicen que soy el José Bretón de Pontevedra (aquel
que mató a sus hijos y quemó los cadáveres), o que me han “emplumado” por
maltratador e incluso avisándome que tenga cuidado con mi fam…
Palabras esas que no me sorprenden viniendo de
quienes vienen y que, sea como sea, no me hacen sangrar y morir. Prefiero que
me claven tweets a puyas, banderillas, estoques y puntillas. Me resbalan los
insultos, las injurias o las amenazas hacia mí pero la tortura y ejecución
sañuda y cobarde de un ser inocente susceptible al miedo y al dolor, no, esas
no las voy a consentir sin hacer nada. Y no soy yo el único sino muchos, cada
día más.
No me detendré, no nos detendremos en nuestra lucha
pacífica y necesaria además de urgente contra la violencia de la Tauromaquia.
Porque sí: #TauromaquiaEsViolencia
@JOrtegaFr
7 comentarios:
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