No todos, empezando por mí, gozamos de tal capacidad para ser testigos de tanta sinrazón y sufrimiento sin retorcernos de rabia, de asco y de espanto. Y así, a menudo, sólo porque la obsesión por ponerle fin a esos crímenes es superior en intensidad a cualquier otro condicionante, podemos tragar hiel y seguir adelante, jurando ante el gato al que vemos agonizar después de que lo hayan desollado vivo, frente al cadáver de una burrita violada con un palo, o contemplando al toro que vomita borbotones sanguinolentos tras ser alanceado, que no olvidaremos su padecimiento ni habremos de rendirnos, hasta que sus asesinos reciban el castigo que tan miserables y cobardes acciones merecen. Lo que es tanto como hacerles la promesa de que nuestra batalla continuará hasta que el Código Penal, convierta en delito aquello que hoy no es más que una falta o incluso, ostenta todavía la condición de acontecimiento deportivo, representación artística, manifestación cultural, negocio o supuesta necesidad.
Los animales se ven privados de la facultad de darnos las gracias y acáso, ni las necesitemos, pero es que posiblemente, ni las merezcamos por su parte. Porque si bien estas palabras son un sincero reconocimiento a la imprescindible labor del movimiento animalista, lo cierto es que incurrimos en gran cantidad de errores, en carencias, en egoísmos y hasta en necedades.
No hemos sido válidos, de momento, para trasladar con toda su complejidad, la realidad de esta tragedia cotidiana, contribuyendo con nuestra ineptitud a que la ignorancia colectiva, la más valiosa aliada de los maltratadores, siga siendo la característica que con mayor propiedad se le puede aplicar a todas las formas que subsisten de explotación de los animales.
Y tan imperdonable y nefasta impericia, tal vez se deba a que hasta ahora, no hemos demostrado la predisposición a constituirnos en un movimiento sin fisuras, ajeno a la debilidad que la división de fuerzas genera. Y en ese sentido, no podemos esperar gratitud de aquellos a los que defendemos sino un más que merecido reproche, porque siendo su única esperanza, frecuentemente habrán de sentirse decepcionados con nuestra negligente conducta; y si ellos no lo hacen dado que su irracionalidad no les permite tales reflexiones, nosotros mismos deberíamos de ser los primeros en reconocer lo equivocado del camino que a menudo escogemos en esta lucha.
Comencé escribiendo sobre admiración y agradecimiento, y finalizo haciéndolo de reproches y decepciones. Unas valoraciones y otras son compatibles, porque nadie niega las mejores intenciones ni lo valioso del esfuerzo y del compromiso, pero eso no puede convertirnos en ciegos ante las consecuencias de nuestros fallos.
De ningún modo podemos sentirnos plenamente orgullosos ni satisfechos, y lo deseable es que los pequeños logros nos sirvan para infundir ánimos y para aprender de las equivocaciones, no es inteligente dejarnos llevar por la arrogancia y creer que estamos cumpliendo con nuestras obligaciones para con aquellos a los que siempre les corresponden los desechos de la moral humana, porque en el movimiento animalista seguimos mostrándonos como numerosos grupúsculos, desorganizados, desunidos y a veces, parece que con intereses dispares. Si nos empeñamos en continuar así, tardaremos mucho más tiempo en que los animales dejen de padecer y de morir por culpa de la intervención del hombre.
Gracias a todos compañeros y enhorabuena por lo conseguido, pero por favor, detengámonos a analizar qué es lo que estamos haciendo mal, porque a estas alturas, deberíamos de haber avanzado mucho más. Sin autocrítica no hay voluntad de enmienda ni posibilidad de superar los errores, errores que cuestan muchas vidas cada día. Por eso, antes de susurrar con mil voces aisladas que “no al maltrato a los animales”, expresemos de forma clara y rotunda a los nuestros, que queremos luchar todos unidos y tal vez, en la próxima ocasión, esos susurros se transformen en un único grito atronador e imposible de ignorar.
Siempre acusamos a los responsables políticos de indiferencia ante el infortunio terrible y permanente al que condenamos los seres humanos a los animales, pero tal vez, su desinterés y su falta de sensibilidad, se deba en gran medida a que nosotros, los animalistas, somos unos grandes indolentes, acomodados en una dinámica tan repetitiva como improductiva y sobre todo, demasiado empeñados en ponerle nombres propios a una lucha que ha de ser universal y anónima, como anónimas son todas las criaturas que siguen muriendo cada día, mientras a nosotros se nos llena la boca con la promesa de hacerles justicia.
7 comentarios:
Libertad sobre la vida personal de cada uno, JAMÁS libertad de negarle a su vez la libertad a otro ser...
No te creas, estamos avanzando a pasos mucho más agigantados de lo que los antropocentristas están dispuestos a admitir...
La lucha animalista es desesperante. Ni tu propia familia te entiende, como mucho te dan la razón con la boca pequeña en plan condescendiente pero siguen encogiéndose de hombros como si nada y pensando que soy una chiflada. ¿Cómo podemos esperar que los demás nos hagan caso? para uno que salvamos mueren miles.
Una vez más encuentro en tus palabras la expresión de mi inquietud y mi impotencia.
No hace demasiado tiempo que me metí en estos berenjenales de la protección animal "activa" y cada día sigo alucinada de la desorganización, los cientos de grupos, pequeñas asociaciones, gentes por su cuenta, la falta de objetivos y criterios comunes....alucino de cómo cualquiera puede decidir cualquier cosa sobra la vida de un otro ser vivo.....
A veces,quiero ser positiva y saber valorar los pequeños avances, celebrar cada paso, ver cada logro....pero cada abandono, cada maltrato, cada explotación, cada "fiesta" me devuelven a una realidad ante la que me siento impotente
Impresionante texto, Julio.
Y la conclusión final es tan acertada como necesaria.
Un abrazo,
Marta Navarro
Escribes con igual puntería en el blog que en la lista.
Ánimo, compañero, esperanza y estómago para seguir avanzando en 2010. Llegaremos.
Sin duda Julio, la justicia parpadea allá donde el hombre bosteza. Con sensibilidad y entrega abrimos la puerta, pero, para la lucha en sí, “es necesario disponer de un estómago blindado”, como tú bien dices. Los atropellos son muchos, las acciones también, aunque no lo suficientemente organizadas ni bien inducidas, a fin de calar en la conciencia de los indiferentes. Carecemos de programación, de un estudio a largo plazo con cimientos anclados en la realidad y en el hoy.
Cuando conocemos un niño, ¿qué le decimos para despertarle el amor hacia los animales? Le decimos lo que se nos ocurre. Y ese es el error; deberíamos expresar lo que aconsejen los especialistas. Por ejemplo, toda vez que defendemos la abolición del toreo, manifestamos nuestro punto de vista, nunca el del movimiento animalista.
¿Nos limitamos por desidia? No, la limitación estriba en que cada uno hace la guerra por su cuenta. Si algún día se logra la aproximación con la consiguiente unificación de ideas, pienso que cada animalista obtendrá fuerza, al sentirse apoyado y partícipe de una campaña afín a muchas mentes.
Asimismo, no debemos olvidar el afán de protagonismo existente. Hay gente que busca aplausos. Algo que pueden lograr, pero a través del reconocimiento conjunto. Si todos luchamos, todos ganamos.
Según el humorista Quino, por boca de su personaje Mafalda: “Lo malo de la gran familia humana es que todos quieren ser el padre”. Ese es el problema.
En cuanto a los políticos, pues ya lo sabemos; son mendigos de votos. De ellos podemos esperar aquello que las urnas les puedan reportar por apoyarnos. Además, ellos poseen una visión de futuro que nunca va más allá de las próximas elecciones. ¿Esperar leyes? Intentar que las hagan es loable. Sin embargo, lo práctico sería arrinconarlos de forma que no puedan escabullirse. Y esa estrategia palpita en el pensamiento individual. Nos falta hacerla unánime.
Por lo tanto, y concluyendo, opino que necesitamos una cabeza bien pensante que nos aglutine a todos, y tras definir la postura alcanzada por consenso, aplicar nuestros pasos. Sólo en la unión radica el buen hacer de cada batalla.
Julio un abrazo.
Ricardo – Linde5
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