Pronto comenzará en nuestro País la temporada taurina; en cientos de Plazas tendrá lugar este espectáculo dantesco que incomprensiblemente y a pesar de su condena por parte de Organizaciones como
Defender la continuidad de esta barbaridad por considerarla una tradición, equivaldría a hacerlo también con los torneos y combates que tenían lugar en los Circos Romanos, ya que el toreo no deja de tener su origen en entrenamientos militares a través de los cuales los soldados se ejercitaban en el uso de la lanza utilizando a los toros como diana para sus prácticas. A estas alturas hemos superado muchas tradiciones por considerarlas brutales, crueles e inútiles, y pretender que se mantenga este exponente del sadismo del ser humano en aras a conservar un uso implantado cuando el derecho a la propia vida solía estar en mano de otros y cuando el culto a la muerte constituía un hábito común, es negar la evolución del hombre y el avance de
El toro sale a
Esta tradición repugnante genera ingresos que se perderían si se prohibiese. He aquí otro de los motivos esgrimidos por los defensores de la “Fiesta”. No olvidemos para empezar que los propietarios de las ganaderías suelen ser familias más que acomodadas, apellidos ilustres muchas veces ligados a la explotación laboral, a la apropiación indebida de tierras o a los sectores más conservadores de
Los puestos de los trabajadores de las Plazas no tienen porque desaparecer, el día que los Cosos Taurinos se utilicen únicamente para actividades tales como actos culturales, conciertos, representaciones o competiciones entre otras, ellos podrían seguir desempeñando su labor con la diferencia de que su sueldo no provendría de una ceremonia salvaje y sanguinaria. Y en lo que se refiere a oficios como los que en este caso ejercen otros colectivos tales como sastres, veterinarios, armeros, etc., su profesión no empieza y acaba en las corridas de toros, pudiendo prestar sus servicios en otros ámbitos mucho más dignos que esta tradición feroz. De cualquier modo, que una actividad sea fuente de ingresos para alguien, no implica que deba de mantenerse por ese hecho si atenta contra la vida, la dignidad, el respeto e incluso la educación para nuestros menores, debiendo buscarse otra vía de entrada de rentas como tantas personas tienen que hacer por culpa de despidos, cierre de empresas, falta de salidas laborales para su formación, etc.
Algunos de aquellos que no dudan en participar de una forma u otra en la subsistencia de esta actividad que supone la tortura de un animal, parecen enarbolar el ecologismo cuando afirman que sin las corridas el toro de lidia desaparecería. Sin embargo lo cierto es que el toro como tal continuaría aunque se perdiese esa raza creada artificialmente para dedicarla a esta tarea repugnante; ese argumento es tanto como afirmar que vuelvan a ser legales las peleas caninas porque sin ellas dejarían de existir los perros de combate, cuando lo único que se pierde es una deformación de una especie creada por el hombre por y para sus intereses, en este caso deplorables y sin justificación alguna. El toro, con toda su belleza seguiría existiendo y no serviría para que unos cuantos, pocos, disfruten contemplando su agonía, su dolor y su muerte.
El apoyo a las corridas de toros es pequeño, cada vez menor. El tanto por ciento de población que las apoya o que ha acudido a una Plaza es mínimo, sin embargo el Estado Central invierte dinero en su continuidad y muchos Ayuntamientos, con múltiples deficiencias en sus servicios y carencias que no afrontan según ellos por falta de presupuestos, no dudan en gastarse cantidades ingentes de dinero en la construcción de ruedos, en su rehabilitación y en contratar figuras de toreo de mayor o menor renombre. Y sinó llega la privatización de las Plazas, terrenos municipales, en los que se ha construido con el dinero de todos los vecinos, pasan a manos privadas para que un Empresario metido en este mundo de muerte, intente hacer negocio gracias a fondos públicos y basado en ofrecer en vez de cultura y diversión sana, una función que ensalza los valores más primitivos y montaraces del ser humano. Al final, millones de euros públicos empleados en levantar teatros donde se representa la muerte real, millones de euros que harían falta en la sanidad, la educación, los servicios públicos, la cultura o en tantas áreas, destinados a que los Pueblos aumenten su deuda por mantener desde las arcas municipales una tradición que no pueden sufragar, o para proporcionar los medios a inversores privados a la búsqueda de beneficios a cualquier precio.
Las corridas de toros no tienen justificación; ninguno de los motivos defendidos por sus valedores se sostiene ante un análisis serio y son una muestra más de costumbres inaceptables que no hemos conseguido superar, por más que su aceptación social sea cada vez menor y aunque se hayan erradicado en Países que nos adelantan con mucho en la defensa de los valores de la vida y en la negación de la crueldad como práctica permitida.
No sé cómo explicarle a mis hijos que tienen que reciclar, que no deben de contribuir al cambio climático, que no malgasten agua, que utilicen papel reciclado, que no hagan daño a los animales, que su maltrato o abandono son conductas deplorables y prohibidas, que defiendan la solidaridad y el respeto, cuando en la televisión y en horario infantil retransmiten corridas de toros, cuando se encuentran carteles anunciadores de estos eventos en tantos lugares, cuando saben que es posible torturar a un toro de forma legal y pública. La verdad, desconozco cómo inculcarles ciertos valores ecológicos y medioambientales de los que hoy en día están tan de moda, cuando a su alrededor todavía se alienta, favorece y difunde, un espectáculo en el que la diversión esta constituida por minutos interminables en los que un animal es agredido de forma brutal, en los que una criatura doliente y malherida se desangra y sufre para al fin padecer una muerte lenta, un espectáculo en el que un sacrificio pausado y terrible, es celebrado y aplaudido por seres humanos.
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