Rediseñar la Violencia, Redibujar la Crueldad
Se oyen voces que desde ámbitos taurinos hablan de “reinventar
el toreo”, sonidos de conceptos frescos para articular golpes de crímenes
rancios pero al fin, por más que se empeñen en rediseñar sus vestuarios, el
traje que mejor le sienta a la cobardía es el de la hipocresía y el sadismo no
calza más zapatos que los de la maldad. Mientras los crueles intentan
modernizarse ocurre que su crueldad es siempre la misma, se mate por superstición
o por
dinero, se queme la carne en la hoguera o se atraviesen las vísceras en
la arena, ayer como hoy y hoy como mañana, el rojo de la sangre de los
inocentes en las manos de sus verdugos es idéntico.
Ganaderos, toreros, empresarios, algún filósofo del
sanguinarismo, escritores y cantantes venidos a más en la tauromaquia acaso por
venidos a menos en la literatura y en la música, cronistas, un puñado de
políticos que llorarán por Cayetana y dieciocho nombres más (que fue
rejoneadora de toros, por cierto) y aficionados - ¿debería
añadir envilecidos o ya se sobreentiende en este contexto? -, vomitan
ideas tratando de rescatar a la tauromaquia de su innegable agonía. Sus
propuestas pasan por vías alternativas – que no excluyentes - de financiación,
por otorgar más decibelios, altavoces y auditorios a su difusión y hasta
sugiriendo nuevos formatos para herir y matar al toro, configuraciones
innovadoras que sin dejar de hacer una cosa ni otra aparentan que hieren y
matan menos. Llegan al dislate de proponer limitar los descabellos a dos
intentos y en caso de fallo de ambos devolver el toro a los corrales. ¿Se puede
ser más imbécil y sañudo?, ¿en qué terrible estado, con qué sufrimiento
infinito se mandaría a ese animal al establo después de los destrozos causados
en su cuerpo por la pica, las banderillas, la espada y el par de
puntillazos? Como Víctor Frankenstein juegan a resucitar, sólo que
aquel regresaba a la vida a trozos de cadáveres y estos quieren revivir a
quienes los causan. Y con la diferencia de que los muertos de la creación del
doctor yacían sobre las páginas de una novela y estos otros muertos, los de la
tauromaquia, son reales.
Pero no hay dinero, lo regale el estado, provenga de visitas a
dehesas, del uso combinado – que tampoco excluyente - de los patíbulos de arena
o de entradas para contemplar la tortura y asesinato de un toro, un novillo o
un becerrito - a veces hay bola extra con el destripado de un caballo -, que
pueda rebajar los niveles de catecolaminas y betaendorfinas en la analítica de
los animales ejecutados ni las mentiras ocultar el desmesurado sufrimiento de
los martirizados que están a punto de morir. La violencia es violencia la apoye
un profesor, un político, un cantante o un matador, y que el toreo encarna una
de sus formas más absurdas y feroces es así defiendan sus bondades desde un
aula, se subvencione desde un escaño, se exalte entre acordes o se practique en
un ruedo. La crueldad, la tortura, no hay que modernizarlas, hay que
prohibirlas. La crisis disminuyó los subsidios a la tauromaquia en los últimos
años pero hace mucho que el progreso, los conocimientos y la ética le vienen
diezmando afición, y aunque siempre habrá quien la dé buena, como sucede en
tantos actos de brutalidad, el egoísmo y el oscurantismo de un puñado no han de
amordazar la justicia que reclama la mayoría, y no es por el número, es por la
razón.
Pudo tener lugar en ritos sagrados de la Edad del Bronce,
ocurrir dentro de un circo en la Antigua Roma con gladiadores, que los
atravesara con su lanza Carlomagno en la Alta Edad Media o los acribillasen con
ballestas los espectadores en la Sevilla de la Baja Edad Media, pudo ser el que
mató Carlos I para celebrar el nacimiento de Felipe II, acaso los que sirvieron
para cobrarse el saldo de muertos en la rivalidad entre Juan Belmonte y José
Gómez “Gallito”, los que mató Luis Miguel Dominguín todavía con banderillas de
fuego o los que revienta Juan José Padilla ya sin ellas después de agredir a un
policía, también los del torero Canales Rivera tras haber sido condenado por
maltrato a su caballo. ¿Alguien me dice qué diferencia hay, a lo largo de los
siglos y del espacio, en el miedo y el dolor del animal? ¿Alguien me explica
cómo miles de años no han sido suficientes para que al hombre deje de disfrutar
con ellos? Sólo cambian el discurso y las apariencias, nada más.
Se puede salir de la cloaca moral, ducharse, taparla y no volver
a abrirla jamás. O se puede asomar medio cuerpo, una sonrisa entera, echarse
colonia e invitar a entrar. Lo segundo es reinventar la podredumbre, es
reinventar la tauromaquia.
1 comentario:
¿Qué quieren reinventar en una actividad que, dejando a un lado su repugnante falta de ética (no en mi mente, pero en fin), es en esencia inmutable, con el mismo escenario, movimientos, trajes, etc.? (y aparte de por el asesinato, por esto también difícilmente puede ser considerado arte)
Reinventarla es abolirla. Reinventémosla.
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