El mes de septiembre está muy cercano, ese que todos los años trae - para aquellos que tienen tiempo y deseo de ver más allá de lo que su vista alcanza y de escuchar lo que sus oídos no perciben - los gritos de una horda despiadada, los gemidos de la víctima y su sangre abundante y derramada en honor del absurdo, para perpetuar un repugnante crimen repetido, sonidos e imágenes que para algunos son expresión de identidad y de libertad, los mismos que lo califican de
“ritual ancestral que expresa el modo de ser de un pueblo y ejemplo de solidaridad, de mesura, de constancia y de hidalguía…”. Porque septiembre significa, todavía, el alanceado prolongado de un toro en Tordesillas hasta acabar con su vida: el infortunado Toro de la Vega.
Los que en esa Localidad abominan de tan salvaje costumbre callan por miedo, un temor más que justificado ante la harto demostrada agresividad de sus partidarios ejercida incluso, en más de una ocasión, contra periodistas. En el resto del País también el silencio, éste nacido de la indiferencia casi general y sólo roto por las reiteradas protestas, cuando se aproxima la fecha, de los colectivos y particulares empeñados en que se ponga fin a una de las más terribles y crueles demostraciones de violencia contra los animales que tienen lugar en esta España anacrónica.
Pero supongo que esta vez tampoco pasará nada. Ni a pesar del miedo de ese animal viéndose perseguido por cientos de energúmenos a pie y a caballo armados con lanzas, de su angustia al saberse acorralado, del dolor tremendo de la primera lanzada, de la segunda, de la tercera, exacerbando con su sufrimiento el sadismo de sus verdugos, que removerán la pica ensartada en su cuerpo agrandando las espantosas heridas para arrancársela y así, poder clavársela por cuarta, por quinta, por sexta vez… hasta que el pobre toro, destrozado e incapaz ya de huir, recorra los últimos peldaños de su agonía y alcance una muerte liberadora rodeado de una multitud de rostros desencajados, transfigurados por una pavorosa borrachera de saña y ferocidad.
Volverán, sus defensores, a proclamar que quien critica el Toro de la Vega es porque no lo conoce o no lo entiende. En todo caso, según ellos, expresarse contra semejante manifestación de brutalidad es producto de la ignorancia. Y de nuevo, probablemente, el Ayuntamiento de Tordesillas, la Junta de Castilla y León y hasta el Gobierno de la Nación, demostrarán lo vasto de su cultura, porque como cada año, darán su visto bueno y hasta el dinero necesario, para que en 2010, un toro vuelva a ser alanceado hasta la muerte en España. La España preparada para reunirse por millones y celebrar una victoria deportiva, pero incapaz de hacerlo para exigir el final de una costumbre miserable, dañina para todos y de la que tendríamos que avergonzarnos.
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