Para muchas personas la imagen de un toro es un motivo de entusiasmo, por lo hermoso e imponente de su estampa; pero no son pocos los que únicamente lo conciben como un ser destinado a saciar su deseo de matar impunemente a un animal de gran envergadura, bien sea a lanzazos, quemado, golpeado por tractores o en la tortura institucionalizada por excelencia: la corrida de toros. Admiración frente a desprecio e impiedad.
Hay muchos ejemplos más y no todos conciernen a animales irracionales; así algunos, la gran mayoría, están convencidos de que la mujer merece la misma consideración que un hombre y para unos pocos es un ser inferior, de su propiedad, que piensan que pueden manejar y hasta maltratar a su antojo. Pocos dudan que a toda persona se le debe idéntico respeto sea cual sea su raza, sin embargo queda todavía quien cree inferiores a los que pertenecen a determinadas etnias. Casi todos ven en los niños entes vulnerables a los que hay que proteger, pero algunos los entienden como las víctimas apetecibles de sus depravaciones sexuales. Derechos universales frente a sexismo, racismo o violación y abuso.
Pero volviendo a los animales "inferiores", porque de los casos en los que el ser humano está involucrado ya se preocupa la justicia, al menos sobre el papel. No ocurre tal cuando aquellos que, llevando a la realidad la degeneración de sus instintos, su acción supone el padecimiento y la muerte de una criatura irracional, pues en un gran número de casos, dichas actitudes cuentan con la indiferencia de los responsables de preservar el bienestar de todos los seres vivos o lo que es peor, con su beneplácito y colaboración, siendo esta ruindad legal una tara indigna de un sistema que se pretende democrático.
Que en toda sociedad existen personas dañinas es un hecho conocido y asumido; la brutalidad, la crueldad, el uso de la violencia con los más débiles o la saña, son patologías y conductas criminales estudiadas, demostradas, tipificadas y afrontadas con menor o mayor éxito por la medicina y por la ley, pues es una labor exigible en los garantes de la protección de todos los ciudadanos. Y cuando digo patologías o crímenes, me refiero también a los que incomprensiblemente, se siguen ocultando bajo denominaciones que tratan de clasificarlos como cuestiones lúdicas, culturales, educativas o socialmente rentables. El salvajismo no pierde su carga de iniquidad porque su autor se vista con traje de luces, disponga de una licencia de caza o incluso ostente un cargo mayestático. Y podrán llamar tradición a la tortura, pero no por no nombrarlo dejará de ser aplicable el calificativo de sangrienta si su puesta en escena implica martirizar a un animal.
El problema surge cuando los comportamientos indicados y otros similares, son identificados o no como tales, en función de la víctima escogida por aquellos cuya empatía con el dolor ajeno, se ha degradado hasta tal punto, que disfrutan provocando sufrimiento o siendo testigo de la agonía de un ser vivo. Despellejar hombres, cortarles sus testículos y clavarlos en la punta de una lanza, descabellarlos, hacerles ingerir ácidos, abrirles un boquete en el pecho con un cartucho u obligarles a realizar números circenses a golpe de látigo, son cuestiones que a casi todos horrorizan y que las autoridades declaran como delito, castigando de forma inmediata a quien las cometa. Si en vez de a una persona, ponemos como protagonista de todo lo anterior a un animal, de pronto se transforma en deporte, tradición, entretenimiento, ciencia o industria textil. ¿Es posible tal mezquindad moral?. Pues sí, todavía lo es.
A nadie que atase al cuerpo de un hombre unas teas ardiendo y después le persiguiese hasta que éste, cubierto de quemaduras, se derrumbase por no poder continuar con su huida desesperada, pegándole un tiro en ese instante al no darle más juego para su entretenimiento, se le ocurriría justificar su acción diciendo: "a quien no le guste que no participe, pero que nos dejen en paz con nuestra tradición", pues esa es la defensa esgrimida una y otra vez por los que llevan a cabo barbaridades semejantes con toros o con cualquier otro animal, que variedades del encarnizamiento humano con estas criaturas hay suficientes para ahogarse en la vergüenza e indignidad de nuestros actos.
Esta denigrante interpretación parcial y cargada de subjetividad de hechos que sólo pueden responder, debido a su naturaleza, a una valoración objetiva - ¿no lleva acáso la justicia sus ojos tapados con una venda simbolizando su equidad? – con independencia de que el perjudicado tenga dni, microchip o la marca al fuego de una ganadería, es una herida abierta en esta sociedad cuya sangre, brotando constantemente, nos empapa a todos y a todos nos convierte en responsables, por más que no seamos autores materiales, porque sí nos transformamos sin duda en cómplices necesarios si no luchamos sin descanso por terminar con tan ignominiosa situación.
Pero no todo es desesperanza, y así como hay algunos a los que la pertenencia a un grupo político les sirve para medrar y alimentar sus ambiciones, otros pretenden utilizarla como plataforma para defender a los más débiles y no en beneficio propio, sino dedicados a los que carecen de cualquier tipo de apoyo institucional y no disponen de más amparo que el de la voluntad de algunos hombres. Por eso es tan importante el compromiso político en este asunto, porque permite emplear armas legales contra las que no caben las críticas tópicas y vocingleras de los "salvatradiciones", esos que intentan identificar la defensa de los derechos de los más desprotegidos con terrorismo social o con demandas de ignorantes.
Y trabajar por erradicar el maltrato a los animales no significa en modo alguno despreocupación por el ser humano, como algunos energúmenos oportunistas afirman tratando de confundir y de guarecer sus intereses pancistas, al contrario, es contribuir a su progreso y bienestar, porque así como el respeto a los derechos ajenos no empieza y acaba en el hombre, la responsabilidad por las acciones infamantes que perpetra dañando a las criaturas de su entorno, sí es patrimonio exclusivo suyo.
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