No soy ajeno al mundo de la lucha contra el maltrato animal; tengo relación continuada y profunda con un buen número de sus integrantes y puedo asegurar que en la gran mayoría de los casos, son personas cuyas inquietudes no se limitan a la tortura padecida por un elefante en un circo, al dolor que experimenta un corzo cuando le disparan, a la agonía de un toro durante una corrida o a la angustia extrema de una oca alimentada de modo forzoso para aumentar el tamaño de su hígado diez veces, sino que también les atormenta la miseria de los hombres, su marginación, la violencia de unos sobre otros o los horribles casos de injusticia y desigualdad que se dan en la raza humana. Quien hoy sujeta una pancarta pidiendo una Ley de Protección de los Animales más efectiva y completa, mañana es capaz de gritar junto a los que han sido despedidos por un ERE oportunista o en contra del envío de tropas a misiones de guerra. Los animalistas suelen ser personas de mente abierta, progresistas, preocupadas por cualquier tipo de sometimiento, esclavitud o persecución, sus acciones están movidas por la generosidad y no por colmar ambiciones materiales, cebar su egocentrismo u obtener algún tipo de beneficio personal, más allá de la satisfacción por contribuir a hacer de este mundo un lugar menos tenebroso. También conozco gente que es acérrima defensora de la caza, de la tauromaquia, a la que le trae sin cuidado que los perros sean sacrificados en las perreras, que disculpan al que quema vivo a un gato o que afirman que los gallos llamados "de pelea" han nacido para eso, pelear. A estos últimos, cuyo desdén hacia los animales es absoluto, tampoco les suele importar que haya presos en el corredor de la muerte, que se apalee a un indigente o que se hunda un cayuco con sesenta inmigrantes a bordo. Piensan en ellos y sólo en ellos; en dar gusto a sus instintos y pasiones aunque eso suponga sufrimiento para otros; normalmente no se les ve en ninguna manifestación para defender a un colectivo al que no pertenecen, a lo sumo se organizan para llevar a cabo una concentración de cazadores en Madrid, extienden su brazo para intentar agredir al que salta al ruedo en medio de una corrida pidiendo el fin de la tauromaquia o elevan su voz para llamar "ecolojeta", "maricón" o "rojo" al que ven diferente y por lo tanto, lo consideran peligroso, degenerado e indeseable.
Asegurar que preocuparse por los animales es dejar de hacerlo por el hombre es ruin y denota la falta de calidad moral y ética de aquel que lo utiliza como argumento. En esta Sociedad es necesario hacer frente a cualquier tipo de atropello, sea cual sea su gravedad y el sujeto al que afecte. Al igual que acudimos a un especialista cuando se nos detecta un tumor, también vamos al dentista simplemente para blanquearnos los dientes. Aparte de que no estamos limitados a desempeñar un único cometido o función, el dedicar tiempo a detalles aparentemente nimios no implica permanecer indiferente a otros cuya importancia es notable y en este caso, desde luego que la situación en la que se encuentran los animales en nuestro País en tantos ámbitos no es una cuestión menor, sino que representa un problema muy grave y extendido, de consecuencias nefastas sobre todo para estas criaturas pero también para el hombre, tanto por lo degradante de su consentimiento o participación directa como por lo habitual del paso de la violencia ejercida contra animales a la mostrada hacia seres humanos. Lamentablemente es necesario que existan asociaciones y movimientos contra el maltrato animal, como lo es que las haya orientadas a la atención a los que no tienen recursos, a la asistencia de inmigrantes, a los amenazados por sus parejas, a luchar contra los vertidos, a intentar frenar el cambio climático, a proteger el entorno frente a la especulación urbanística o a la recuperación de lenguas a punto de perderse por falta de hablantes y cada uno de estos intentos por mejorar cualquier aspecto de la realidad es indispensable y valioso, independientemente de su importancia. Lo que no podemos pretender es que todos los que están decididos a luchar por una causa lo hagan por la misma, porque estaríamos cometiendo la injusticia de ignorar la situación de precariedad, angustia o deterioro del resto de afectados por otros motivos.
Los que afirman que es indigno defender a los animales habiendo tantos males que aquejan al hombre en realidad sienten desdén por unos y otros. Su único afán es destruir cualquier intento de lucha social, poner obstáculos para que nada cambie, conservar su bienestar a costa de lo que sea y de quien sea y por supuesto, no perder un minuto de su tiempo en nada que no revierta en su beneficio propio e inmediato. Son tan estrechos de mente y paupérrimos de corazón, que ni siquiera piensan que todo esfuerzo encaminado a terminar con el sufrimiento como forma de negocio o de entretenimiento es algo que también a ellos les va a reportar una inmensa riqueza: la certeza de que están dejando a sus hijos un mundo mejor y más justo. Sin embargo su egoísmo es la causa de su ceguera y el origen de su permisividad y complicidad ante la brutalidad que cada día nos llega en forma de millones de animales torturados y muertos a manos del hombre. A quien le revuelve las entrañas que en Coria se le claven dardos a un toro, también le produce nauseas que una mujer sea lapidada por adulterio y esa reacción, la de la empatía con el dolor de otros independientemente de su racionalidad, es un hecho tan presente en la naturaleza de los que dedican su tiempo y esfuerzo a la defensa de los animales, como ausente en los valores de aquellos que critican su labor y tratan de satanizarlos ante la Sociedad. Lo más triste y desalentador de todo esto es que los que exigen que nadie sea maltratado y piden el respeto para todas las formas de vida, hayan de justificar continuamente su actitud, cuando lo normal sería que los causantes o cómplices en el sufrimiento de seres vivos no tuviesen el menor apoyo ni cobertura legal u oficial, pero parece ser que estamos muy lejos todavía de alcanzar tal grado de evolución moral.
1 comentario:
Detractar a los defensores de los animales, es una tarea que empieza en la apatía y acaba en las elucubraciones conducentes a la autocomplacencia; siempre al amparo de algún interés oculto.
¿Desde cuándo un animalista es indiferente al sufrimiento humano? Pues, desde que el aprovechado o el cosechador de lucros, lo determinan. Ellos pesan los sentimientos y la moral de los activistas molestos, en la balanza de su conveniencia.¿Un cazador tiene más altura moral que una chica que llora por la muerte de un gato? Desde el ángulo de estas lumbreras, sí.
Esta aseveración no es baladí. Hace poco en un programa de televisión, al sufrimiento por el maltrato animal lo consideraban una enfermedad. En su momento, para este tipo de personas, la homosexualidad también se tachaba de dolencia, la práctica de las huelgas de una manifestación de gandules, y el no a la guerra de una abierta declaración de antipatriotismo. No olvidemos que algunos años atrás aquí nadie protestaba, y el que lo hacía era un rojo. Y gente como ésta llegó a darle connotaciones políticas al color rojo, e incluso, hasta de eliminarlo del lenguaje suplantándolo por “encarnado”.
Matar un perro a patadas, asar vivo a un toro poniéndole fuego en la cornamenta, tirar una vaquilla al mar y verla morir ahogada, envenenar gatos, o descabezar gallos en seudos torneos deportivos, ¿son actos de hondo acervo cultural? ¿Matar por placer constituye un polo de atracción turística? ¡No!. Esas acciones se hierven en las brasas de la barbarie. Y los que apoyan esa barbarie son los mismos que desprecian a un gitano, a un moro, a un sudaca, o se sienten superiores a los negros.
Tales anomalías que le echan ponzoña al cometido humano, las ven y las viven los animalistas. Y sufren por la espesa indiferencia emanada del poder constituido. El animalista, tal vez por la sobrecarga de sensibilidad, chapalea en una certeza que los demás no analizan; sabe que toda forma de crueldad nace del maltrato animal. El que le mete una bala a un jabalí, está capacitado para hacer lo mismo con una persona. El que le hunde el estoque a un toro moribundo, está preparado para darle una paliza y meterle una puñalada a una mujer. El que juega con pólvora por diversión, está apto para sacudirle fuego al bosque y arrasar con toda vida vegetal y animal.
Cuando la sociedad condene e impida estos “desvíos” humanos, la equidad para con los animales será un canto de amor. Y cuando la defensa animal sea innecesaria, la violencia en todas sus vertientes, desaparecerá.
Ese es el deseo de Julio Ortega, y el de todas las personas que han convertido la causa animal, en rampa de lanzamiento de la lucha por el bienestar de las especies que pueblan el planeta.
Hay muchos Julio Ortega compartiendo barricada, y ninguno de ellos dejarán que el tóxico aliento de la mentira vertida por los detractores, empañe el espejo de la meta marcada: ¡la justicia!
Julio, te dejo un aplauso abrevado en mi sincera admiración.
Ricardo - Linde5
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